Dolores, originaria de Vizcaya una provincia del País Vasco español, es una mujer comprometida que al final de la Guerra civil tuvo que exiliarse a Francia.
Desde aquel día cada vez que iba a Vitoria mi cuñada compraba una caja de Vasquitos y Nesquitas que viajaba hasta Toulouse, pasaba por mis manos y acababa en las de Dolores, un circuito que no se interrumpió ni siquiera cuando los franceses cerraron la frontera. En 1948 de nuevo abierta coincidieron en Casa Inés, y Adela comprendió por qué aquella mujer vulgar, la anónima esposa de un minero vizcaíno, un ama de casa española como tantas otras, había llegado a convertirse en lo que era.
Aquel día, Dolores Ibárruri actuaba como anfitriona del secretario general del partido Comunista Francés, del embajador de la Unión Soviética en Francia, de su Cónsul en Toulouse, de su colega rumano, de una delegación del Partido Comunista de Bulgaria, de varios miembros de su propio Buró Político y de otros tantos dirigentes del PCF, pero cuando mi cuñada entró en el restaurante, los dejó plantados a todos a la vez.
- ¡Adela! – avanzó unos pasos y se quedó quieta, sonriendo, con los brazos abiertos, una imagen que atrajo a la mujer de mi hermano como a un imán.
Durante unos segundos, todos los ojos capaces de distinguir las miraron sin pestañear a aquellas dos mujeres abrazadas, una cabeza rubia teñida, otra canosa, las dos muy juntas, balanceándose al mismo ritmo, el ritmo de los brazos que las estrechaba entre sí, sin hablar, como nadie se atrevió a despegar los labios mientras las veía.
- No sabes cómo te lo agradezco - la mayor fue quien rompió el silencio.
- Pero mujer, si no tiene importancia. Tampoco son tan caros, y yo lo hago encantada, no merece...
Pasionaria, acarició la cara de Adela que ya tenía los ojos tan brillantes como ella, la besó en la frente.
- Mira este broche, ¿te gusta? – y ya se lo estaba quitando - Es una libélula, ¿ves? Me lo han regalado unas mujeres españolas, las exiliadas republicanas de Oaxaca. Ten – y su dueña se lo prendió en el vestido como si fuera una medalla, - te lo regalo.
Después Pasionaria volvió a su mesa para que el secretario general del PCF, el embajador soviético en Francia, su Cónsul en Toulouse, el cónsul rumano, la delegación búlgara, sus propios camaradas españoles y
franceses estremecidos aún por la escena que acababan de contemplar, pudieran contar durante el resto de sus vidas que habían asistido en directo a una apabullante demostración del carisma de Dolores Ibárruri.