Todavía no es Lunes en Nicaragua
Todavía mi casa está a oscuras
Mis perros duermen
La paloma en el nido
en la enredadera de jazmín
empolla su cría.
En cambio, al otro lado del océano,
mi día ha comenzado
y la ironía del paisaje
del Mediterráneo yerto entre los pinos
azul hasta donde alcanzan mis ojos
me da ganas de llorar.
Qué iba a saber cuando fui feliz al imaginarme
en una residencia para escritores
que el país bajo mi piel
tan acomodado en sí mismo y plácido
apenas rumiando su infortunio
saldría de la suspensión animada
de su frustración
a nombrar el tamaño de su rabia
hasta morir acribillados tantos jóvenes.
A este mismo computador en que escribo
este buzón de correos
empezaron a llegar los retazos de visiones macabras.
Los golpeados el primer día.
Mi amiga Ana con la cabeza cortada, el ojo morado.
El estudiante aporreado en el suelo
por cinco o seis chicos pateándole.
Los de las motos cargando sus hierros, palancas
ensañándose contra el desarmado jóven
hasta dejarlo inconsciente.
En el trasfondo, la imagen del policía impávido
observándolo todo
acuerpando el castigo y la impunidad.
Gracias a este siglo XXI y a la tecnología
fuimos muchos quienes vimos el salvaje desaforo
de los enviados a sofocar las protestas
y fue como si a todos nos hubiesen aporreado
arrinconado contra la camioneta
los nueve o diez cristianos a pies y puño limpio
haciéndonos sangrar con los símbolos de amor y paz
sobre sus pechos desalmados.
Fue como si cada uno de nosotros
se percatara de pronto de cuán exiliado estaba
de su ciudadanía
y una energía unánime
atravesara la coraza de súbditos dóciles
y rompiera en mil pedazos
la lógica de la resignación.
[...] Las viejas tradiciones, la memoria de los maltratados,
Los fantasmas de los muchachos en las trincheras
Los barrios congregados bajo la frontera de adoquines
La universidad tomada
[...] Un polvorín el resentimiento acallado
Nos hicieron alabarlos, decían, pero por dentro no nos
engañaban.
Desde mi estudio vi caer las arbolatas,
bajar con furia de los mástiles
la pobre bandera rojinegra,
el símbolo otrora de rebelión, transmutado en símbolo
de opresión.
[...] Todas las mañanas no me quedan más que palabras
La alegría de saber que hay relevo,
que los de antes ya no somos necesarios.
Nunca vuelvan a preguntarme si fue en vano la Revolución.
Se hereda el ardor contra los tiranos
Los muchachos nacieron con escuela
Llevan la sabiduría en la sangre.