Desde el segundo día de navegación, el Sinaia publicaba un diario que llevaba el mismo nombre en el que colaboraban muchos de sus pasajeros. Algunos lo hacían con crónicas, poemas o reflexiones, otros con chistes o con comentarios sobre la vida durante la travesía. Un espacio del periódico estaba reservado cada día a la figura del presidente Cárdenas, a sus discursos y a sus reformas. Gracias a los artículos del periódico y a las charlas de Susana Gamboa, la figura del mandatario se había hecho cercana y querida para todos. [...]
Gabino Estrella pasó cerca de los pintores y siguió camino hasta localizar con la vista a sus hermanos Mauricio y Daniel. Una vez cumplido con éxito el ser- vicio de avistamiento, se palpó el bolsillo de la camisa. Notó el tacto duro de sus papeles doblados. Era un gesto que repetía a menudo y que le recordaba una y otra vez que no soñaba, que viajaban rumbo a México y que allí, sobre su pecho, estaban los papeles que los autorizaban a emprender una nueva vida. Inspiró hondo y los pulmones se le llenaron de aire. Era aire y alegría mezclados. Desde hacía días sostenía en precario equilibrio la dicha que le impulsaba a gritar, a saltar, a abrazar a los desconocidos, y una contención que creía obligada. Un reglamento no escrito le impedía dar rienda suelta a su felicidad. Hacerlo habría sido en cierto modo mancillar la memoria de los hombres que, con peor fortuna, no habían podido embarcar rumbo a México y seguían encerrados en los campos de internamiento del sur de Francia. Sonaban las primeras notas de la romanza de «Bohemios» a cargo de la Agrupación Musical del barco y aquella dicha que trataba de contener la reconocía también en los rostros de algunos pasajeros que reían por nada y bailaban. Eran, como él, felices. Y no lo ocultaban. Aún no lo saben pero una música como aquella será para ellos, a medida que pasen los años en México, una caricia dolorosa, una dulzura que raspa el alma y a la vez la escuece y alivia. [...]
Todos los que habían conseguido llegar hasta allí eran muy afortunados. Habían entrado en esta lista que se convirtió en una obsesión desde que se oyó hablar de la ayuda mexicana en los campos de concentración. El presidente Cárdenas se ofrecía a recibir a todos los españoles defensores de la Segunda República que quisieran instalarse en su país. Les ofrecía la hospitalidad de México, un lugar bajo el sol, paz y trabajo. Todos querían salir de Francia y entrar en la lista. Antes de saber qué nombres habían caído en ella ya se oían pla- nes para cuando pisaran el suelo mexicano. A unos los esperaban parientes que los alojarían en sus casas, otros aspiraban a un empleo en el ferrocarril, la construcción o la enseñanza. Unos hablaban de crear un periódico solo para exiliados, otros de prepararse para volver a España en cuanto se pudiera. [...] Si Mauricio y él habían sido inscritos como fotógrafos, Daniel lo había hecho como campesino: «Tengo más posibilidades de que me admitan si voy como trabajador de campo. Están pidiendo gente para repoblar el norte». De nada había servido las objeciones que Mauricio y Gabino pusieron a la iniciativa de Daniel. No querían separarse de él al llegar a México. Tenían que permanecer juntos. Pero Daniel impuso su voluntad. Quedó inscrito como emi- grante agricultor y aún no sabía a qué lugar del norte del país iban a destinarle.