Una herencia cultural diversa
Quinientos años después de Colón, se nos pidió celebrar el quinto centenario de su viaje, sin
duda uno de los grandes acontecimientos de la historia humana, un hecho que en sí mismo
anunció el advenimiento de la Edad Moderna y la unidad geográfi ca del planeta. Pero muchos
de nosotros, en las comunidades hispanohablantes de las Américas, nos preguntamos: ¿tenemos
realmente algo que celebrar?
Un vistazo a lo que ocurre en las repúblicas latinoamericanas al finalizar el siglo XX nos llevaría
a responder negativamente. En Caracas o en la Ciudad de México, en Lima o en Río de Janeiro,
el quinto centenario del «descubrimiento de América» nos sorprendió en un estado de profunda
crisis. Inflación, desempleo, la carga excesiva de la deuda externa. Pobreza e ignorancia
crecientes; abrupto descenso del poder adquisitivo y de los niveles de vida. Un sentimiento de
frustración, de ilusiones perdidas y esperanzas quebrantadas. Frágiles democracias, amenazadas por la explosión social. Yo creo, sin embargo, que a pesar de todos nuestros males económicos y políticos, sí tenemos algo que celebrar. La actual crisis que recorre a Latinoamérica ha
demostrado la fragilidad de nuestros sistemas políticos y económicos. La mayor parte ha caído
estrepitosamente. Pero la crisis también reveló algo que permaneció en pie, algo de lo que no
habíamos estado totalmente conscientes durante las décadas precedentes del auge económico
y el fervor político. Algo que en medio de todas nuestras desgracias permaneció en pie: nuestra
herencia cultural. Lo que hemos creado con la mayor alegría, la mayor gravedad y el riesgo
mayor. La cultura que hemos sido capaces de crear durante los pasados quinientos años, como
descendientes de indios, negros y europeos, en el Nuevo Mundo.
La crisis que nos empobreció también puso en nuestras manos la riqueza de la cultura, y nos
obligó a darnos cuenta de que no existe un solo latinoamericano, desde el Río Bravo hasta el
Cabo de Hornos, que no sea heredero legítimo de todos y cada uno de los aspectos de nuestra
tradición cultural. […]
A través de España, las Américas recibieron en toda su fuerza a la tradición mediterránea.
Porque si España es no sólo cristiana, sino árabe y judía, también es griega, cartaginesa, romana,
y tanto gótica como gitana. Quizás tengamos una tradición indígena más poderosa en México,
Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia, o una presencia europea más fuerte en Argentina o en
Chile. La tradición negra es más fuerte en el Caribe, en Venezuela y en Colombia, que en México
o Paraguay. Pero España nos abraza a todos; es, en cierta manera, nuestro lugar común. […] La
España que llegó al Nuevo Mundo en los barcos de los descubridores y conquistadores nos dio,
por lo menos, la mitad de nuestro ser. No es sorprendente, así, que nuestro debate con España
haya sido, y continúe siendo, tan intenso. Pues se trata de un debate con nosotros mismos.