Los presidentes bolivianos gobiernan desde el Palacio Quemado1. [...]
Sobre ochenta y tres gobiernos, treinta y seis no duraron más de un año, treinta y siete fueron de facto y hasta el momento ningún historiador ha sabido precisar la cantidad exacta de golpes de Estado2 e intentonas militares.
Evo Morales Ayma llegó a la presidencia gracias a la primera revolución democrática del siglo XXI. Una novedad que no se tradujo en modificaciones en la arquitectura ni en la decoración del Palacio Quemado. Su estética permanece casi inalterable, sin que le importe a ninguno de sus nuevos habitantes. Ni las chicas del protocolo que corren detrás de una agenda presidencial modificada a cada hora, desde las cinco de la mañana hasta la doce de la noche; ni las señoras de pollera3 y sombrero que recorren los pasillos4, ni los campesinos que pisan las alfombras5 y el parquet.
Una escala cromática lleva hasta Morales. El salón de los espejos6 se divide en dos sectores, uno rosa y otro dorado. Entre telarañas7 y un piano negro que ya nadie toca, se exhiben espejos con marcos dorados8 en los que muchos buscan mirarse, una alfombra persa en tonos rojos, banquetas de mármol y cortinas grises con pompones, mientras que una estufa eléctrica9 de la última década del siglo pasado irradia el calor que la calefacción central ya no irradia.
Una antesala blanca precede al despacho presidencial. La noche en que empezó este libro, los vidrios ahumados apenas dejaban ver las siluetas que se movían por la oficina principal. Después de que los hombres del Presidente salieran por una puerta, Evo entró en aquella antesala blanca.
- Hola, jefazo – me dijo.
En su idioma jefazo es un halago10, una muestra de respeto. Pero el jefazo, el que manda, es él.
Saludo a la boliviana: las manos se estrechan y después los hombres prodigan un medio abrazo.
- Gracias por todo. Tú me has apoyado mucho para que yo esté aquí.
Gracias, hermano.
Intuyo que ha repetido esa frase muchas veces desde que es Presidente.
Nos habíamos conocido en Buenos Aires, en agosto de 1995, cuando asomaba en su país como un dirigente de cocalero11 de peso. En los casi once años siguientes lo entrevisté para diarios, revistas y documentales. [...]
Aquella noche vestía zapatos negros bien lustrados, pantalones oscuros de traje y la chompa – como llaman en Bolivia el suéter – más famoso: roja, azul y blanca, de escote redondo12. Con ella recorrió el mundo como presidente electo y fue noticia internacional. Se transformó en un símbolo desmesurado, porque ni sus colores ni su textura tienen relevancia alguna para él ni para su presidencia ni para sus bases. En junio, el cuello de la chompa ya estaba raído13.
Al entrar en su despacho indicó: «Siéntate ahí, donde lo hice sentar al embajador americano. No se dio cuenta y estaba bajo del retrato del Che.» Enfrente colgaba, simétrico, uno de Evo : ambos son de hoja de coca y se miran. Pero en ese ambiente no prevalece el verde, sino el azul chillón14 de los sillones. [...]
- Voy a escribir un libro sobre vos. Necesito entrevistarte muchas veces, mucho tiempo, como aquella vez en 1995.
- Viaja conmigo por el país. Hablemos entre las concentraciones, los actos.
MIÉRCOLES 14
[...] Desde un colchón de nubes – donde apenas se divisaba lo que alguna vez fue la ruta del guerrillero de Guevara – se entusiasmó con la idea de que esa zona se transformara en un destino turístico masivo. Dejó la política por un rato y habló de un tema que lo entretiene: su estado civil.
- Éste es un gobierno de los solteros15– me dijo . Cada vez que vuelvo de un viaje tengo
miedo de que Álvaro haya hecho un decreto imponiendo una primera dama.
- Cuando te conocí planeabas casarte16. ¿Qué pasó?
- Sí claro. Fue la única vez que estuve cerca de casarme. Pero el compañero David (Choquehuanca, su canciller17) me convenció de que no lo hiciera. No me casé y ya no creo que me case. Además, yo estoy casado con Bolivia. Alguna vez me dije: tanta gente me quiere, pero no me quiere una mujer. Y eso pasaba en la década del noventa. Yo proponía matrimonio18 y me decían «No, te van a matar, te van a meter en la cárcel19».
- ¿Quién te dijo eso?
- Algunas compañeras de la clase media, de la clase profesional. Y nuestras compañeras también me decían : «Yo me quiero casar, pero para estar todo el tiempo contigo.» Y es difícil. Imagínate salir a las cinco de la mañana y la dejas ahí, botada en la cama20.