Cuenta la leyenda que un monje1 del siglo VI de nombre Brandán o Borondón, viajero incansable e intrépido, partió acompañado por otros monjes en una modesta embarcación con la que se adentró en el Mar Tenebroso, hoy conocido como océano Atlántico. Iba en busca del Paraíso Terrenal. [...] En aquella tierra abundaban las flores y los árboles frutales y su suelo estaba cuajado de piedras preciosas. Tan impresionado quedó San Brandán con el relato, que al día siguiente propuso a San Maclovio y otros catorce de sus discípulos emprender viaje en busca de aquella Tierra Prometida.
Durante siete años navegaron por el Atlántico y se enfrentaron todo tipo de adversidades, desde feroces
tormentas hasta temibles y enormes monstruos marinos que pretendían devorarlos. Arribaron a muchas y muy extrañas islas, como la de San Albeus, donde vivían veinticuatro monjes que no pronunciaban palabra desde hacía ocho años. O la isla de las viñas, cuyas uvas eran del tamaño2 de manzanas y bastaba una de ellas para alimentar a un hombre durante todo un día. Vieron también durante la travesía una fabulosa columna de cristal que permanecía de pie en medio del océano. Encontraron demonios, pigmeos, gatos
marinos y serpientes, dragones, buitres3 y ángeles. [...] Pero ocurrió que un día, tras duras jornadas de viaje, divisaron a lo lejos la más extraña de ellas: una isla que parecía haber surgido milagrosamente del fondo del mar. Sin pensarlo dos veces desembarcaron para descansar y recoger víveres. Mucho les llamó la atención lo raro del terreno y su increíble vegetación, pero no le dieron mayor importancia. Cogieron para guisarla4 la carne que habían guardado en la nave y cortaron leña para el fuego. De repente, tras la comida, el suelo empezó a moverse y todos gritaron despavoridos, llenos de temor corrieron en todas direcciones, la isla entera temblaba y se iba alejando del barco. Calmó como pudo San Brandán a sus hombres, recogieron las provisiones y a duras penas embarcaron de nuevo. Ya a lo lejos, contemplaron el lugar donde habían estado, que, como una engañosa ballena, acabó por hundirse de nuevo en el océano ante el asombro y la maravilla de todos. Este lugar, no es otro que la conocida como isla fantasma de San Borondón que, tiempo después, fue situada entre las Islas Canarias y considerada la octava isla del archipiélago.
Aún hoy es posible divisarla5 en el horizonte, pero cuando los navegantes pretenden acercarse a ella,
la niebla la envuelve y desaparece sin dejar rastro.