- Señorita, señorita Clara, soy yo, abra por favor, soy yo, Caridad. Caridad, la chica del Club, del Lyceum... por Dios se lo pido, ábrame, señorita.
El cerrojo se descorre y el descansillo se inunda de la luz proveniente de una salita del fondo, lo justo para dejar ver la placa de latón que adorna la puerta: «Clara Campoamor. Licenciada por el Colegio de Abogados de
Madrid, 1925.»
Atrás han quedado las explicaciones embarazosas y atropelladas en la salita del modesto piso, han pasado ya dos horas desde ese encuentro y ahora son dos mujeres las que han atravesado la ciudad y aguardan1 mojadas en una desnuda dependencia policial. [...]
Los ojos de Clara muestran cansancio, tristeza, impotencia, pero también voluntad y coraje. La misma férrea voluntad que ha arrastrado toda la vida, la firme decisión para poder cambiar lo que se proponía: desafiar su destino de portera de escalera2 como su abuela o eludir su sino3 de modista4, como su madre. No, ella ya había probado la aguja, había cosido muchos dobladillos. Es su mirada de estudio tardío y trabajo temprano desde que ganó las primeras oposiciones al cuerpo de telégrafos que se convocaban para señoritas, y luego obteniendo su plaza como auxiliar administrativa en Instrucción Pública. Luego, soledad de mujer madura ante un aula joven masculina, hasta que se licenció en 1924, apenas dos años antes, ya casi con cuarenta años. Y así continuaba insistiendo con su voz femenina, pero enérgica, ahora como abogada en defensa de otras mujeres... ¿Era este su sueño?, se preguntó. Recordó el inicio de su primera conferencia en la Academia de Jurisprudencia, ella, dijo, quería representar a muchas mujeres... y, un año después, por fin había abierto su primer despacho de abogada en la plaza Infante Alfonso, n° 11 de Madrid.
Pero, ¿esto?, pensaba, no, esto nunca se lo habría imaginado. ¿Salir de su casa una noche lluviosa y llegar al cuartelillo para auxiliar a una pobre mujer apaleada?, a la señora Ramona, la vecina de [Caridad], la chica de los recados del Lyceum Club, de la que apenas sabía su apellido. La que su madre meses atrás le buscaba amparo, «ella también tiene una madre costurera, pero la chica tiene nervio...» tenía razón. «¡Cuánta soledad en la vida de algunas mujeres, cuánta ayuda necesitan, cuánto tiene que cambiar España!», piensa Clara.
Clara miraba a Caridad y apenas reconocía a la delgaducha y quinceañera muchachita que en el Club estaba siempre ayudando y resolviendo todas las pequeñas incidencias que surgían a cada paso; que si llegaron los libros, que si faltan las flores y ¿dónde está el jarrón? Demasiadas, por cierto. Desde un roto hasta un descosido, como Caridad solía decir. Sonrió. ¿Se habría equivocado también ella?, se preguntó. ¿Estaríamos preparadas para esta iniciativa?, ¿sería una quimera que se desvanecería antes de empezar a andar?, ¿formar el primer Club femenino, aconfesional y apolítico, en España? ¿En 1926, en plena dictadura del general Primo de Rivera?
- Letrada5 Campoamor, adelante.
Una vez más al anuncio de su apellido, detrás del apelativo «letrada», le desconcierta y la despierta del ensimismamiento. ¡Cuánto respeto podía emanar!
Respiró hondo y levantó decidida sus treinta y ocho años de voluntad y coraje. Todavía hay cosas que se pueden cambiar y ella sabía que lo iba a intentar.
- Señorita... – comienza el comisario jefe.
- Letrada – subraya ella, con decisión.
- En efecto, letrada Clara Campoamor – corrige –, lo lamento, pero todas... sus quejas – carraspea –, alegaciones, no son, en absoluto, compatibles con la legalidad vigente: Artículo 57, «Obediencia y sumisión de la mujer casada, el marido debe proteger a la mujer y esta obedecer al marido». Es denunciado por abandono del hogar...
- ¡Y deberá dormir en la cárcel! – Se oye desde el fondo otra voz masculina autoritaria y sarcástica -, la primera vez es la más dura, pronto se acostumbran y se amansan, nunca más se les ocurre...
La mirada dura que lanza el comisario amordaza sus palabras.
«Código civil» - recuerda la letrada -, y vienen a su mente todos los artículos que día tras día tuvo que estudiar pensando cuán injustamente era tratada la mujer en su país.