Como dice la escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen para siempre. Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento1 la sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla.
El director de orquesta José Luis Temes lleva años clamando en el vacío2 e intentando recuperar el patrimonio musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo. Hace un par de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras3, y ahora está haciendo un pequeño documental sobre ella. María Rodrigo (1888-1967) tenía un talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para piano (era también pianista), óperas..., de hecho, fue la primera mujer en estrenar4 una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo. Practicó la docencia5 y volcó sus mayores esfuerzos en difundir6 la música clásica entre las clases humildes. Fue grande y fue genial y la tenemos arrumbada.
No es la única. De hecho, es la tónica habitual con las mujeres. Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas, que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se apresuró7 a borrar8 de los anales.
Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino, creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. Duró hasta 1939 y agrupó a unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras, juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo... Todas ellas tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un proyecto de modernización social que truncó9 la guerra. Últimamente han empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido intento de otorgarles10 el protagonismo que merecen11. Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas, prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de 1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.